Recuerdo y homenaje. Historietas y comics
Autora: Bruja Mestiza
Para quienes fuimos spankos clandestinos durante años, el tema del que escribo no les parecerá nuevo, seguramente hasta se sentirán identificados y tendrán mucho que agregar. En mí, el interés y gusto por las nalgadas se inició desde que era una niña (ya en otro artículo narré cómo un profesor de inglés me disparó este gustillo), obviamente que en ese entonces yo no podía comentar con nadie mi pasión. Hubiera sido muy mal vista por mis compañeras de la escuela -algunas de las cuales sufrían castigos corporales en sus hogares-, si yo hubiera revelado mi interés en conocer a detalle cómo eran castigadas. Me conformaba entonces con escuchar ávidamente sus quejas y lloriqueos cuando llevaban una mala nota en la boleta de calificaciones, y me confiaban sus temores de ser castigadas. Por supuesto, procuraba consolarlas y darles valor, y al día siguiente, como toda buena amiga, preguntaba interesada cómo había estado el castigo. Cuando mucho me contestaban algo como: me pegó bien fuerte o ¡me dio de nalgadas! Y yo no preguntaba más, aunque una morbosa curiosidad me carcomía y sus escuetos comentarios me daban material para fantasear por varios días.
Pero esto no bastaba para calmar mi avidez de ver, o al menos, oír nalgadas, por el contrario, parecía alimentar mi necesidad de saber más. Así que buscaba nalgadas en todas partes, las intuía, creo que incluso desarrollé un olfato especial hacia los azotes. Qué delicia era entonces, encontrar alguna referencia, por mínima que fuera, en alguna historieta infantil. Me hice adicta a revistas como Periquita a quien la tía Dorita le daba sus nalgadas con cierta regularidad y hasta le aplicaba el cepillo de madera ¡mmmmh! ,
La Pequeña Lulú era menos pródiga en el tema, pero no faltaba que saliera de su casa llorando, con las manos en las nalgas y quejándose de un castigo injustamente recibido, lo cual ya era suficiente para que yo fantaseara. En Lorenzo y Pepita, Cuquita, la hija menor, cumplía muy seguido con horas de castigo en el rincón, lo cual le era tan aburrido que le pedía a su padre que mejor le diera una tunda y la dejara salir a jugar, ante la necia insistencia de la niña, Lorenzo acababa amenazándola con una tunda y a veces se la daba: la ponía sobre sus rodillas y la postura provocaba que la corta falda se levantara y se asomaran unas lindas braguitas blancas, adornadas con encaje ¡mmmmh! Recuerdo haber atesorado esos números de la revista y colocarlos bajo el colchón de mi cama.
A Quique Gavilán, su madre lo azotaba con mano y cepillo para el pelo (recuerdo que siempre me pareció un tanto absurdo que en una familia de aves se tuviera un cepillo para el pelo, no me parecía lógico que el cepillo fuera adquirido para otros menesteres). Hubo un número, del que me acuerdo especialmente, en el que la madre era aconsejada por la maestra para cambiar su sistema educativo, pues empezaban a estar de moda las ideas pedagógicas modernas. La historieta terminaba con Quique en las rodillas de su madre, recibiendo las caricias del cepillo y la madre asegurando con una gran sonrisa que seguiría siendo partidaria del sistema tradicional, pues resultaba más eficiente. ¡Todo un poema!
Los domingos, en las tiras cómicas del periódico, aparecían Maldades de dos pilluelos, los dos chicos eran tan traviesos y maliciosos que invariablemente terminaban, ambos y al mismo tiempo, sobre las rodillas de algún adulto, recibiendo una buena tunda, por la cual lloraban a raudales. También en esas tiras aparecía El príncipe Valiente, del cual sólo puedo recordar una escena de azotes ingratamente he olvidado el motivo-, pero en virtud de que el dibujo de esta tira era muy realista, la escena me pareció fascinante.
Hugo, Paco y Luis, sobrinos del Pato Donald, también se llevaban muy de cuando en cuando, una buena zurra. Fix y Fox, unos zorritos traviesos probaron, al menos en una ocasión, la mano de su tío, así como Tuco y Tico, unos cuervos que aparecían en las mismas revistas. Jamás supe de que Beti o Verónica, las novias de Archie, fueran azotadas, pero sí recuerdo a la brujita Sabrina, que ocasionalmente recibía una zurra de mano de alguna de sus tías. Y por supuesto, el genial Memín Pingüín, historieta mexicana, llena de candor y ternura, que narraba las travesuras de un niño negro a quien su madre le daba tremendas zurras, eso sí, con mucho amor maternal.
Ya más grande, mis gustos en tiras cómicas cambiaron, quizá fue porque el tema de los azotes dejó de estar presente en aquellas que habían hecho mi delicia en la infancia. Descubrí a Mafalda, que le decía a su padre, mientras se sobaba el trasero que, si se había casado con su madre por su sentido del humor, había sido un chasco. A su amigo Miguelito, que rehusaba sentarse a platicar sobre el encuentro de opiniones que había tenido con su madre, pues sus nalgas habían sido la mesa de conferencias. Y a Manolito, que aseguraba que las rondas (que no son buenas, que hacen daño y se acaba por llorar, según reza la canción), se parecían enormemente al cinturón de su papá. Papá que, a decir de Manolito, consideraba que un castigo en el rincón o penitencia, era laaaargo como un cheque, por lo que prefería dar bofetones al contado, o le mostraba la zapatilla como un convincente medio audiovisual para obligarlo a ir a la escuela.
Trino, un dibujante mexicano, publicaba y todavía publica, tiras cómicas en diferentes periódicos y revistas. Son de un humor tan simple que resultan muy hilarantes, los dibujos son igualmente sencillos, casi bocetos, pero su popularidad ha radicado, quizá, en el retrato de la sociedad mexicana. Son varios los títulos de sus tiras: Historias para lelas, Historias del rey chiquito, Policías y ladrones pero en casi todas ellas el tema de los azotes ha hecho su aparición, a veces sin mucha razón de ser y otras veces de manera absurda y reiterativa. Estoy casi segura que Trino es de los nuestros.
Cuando estaba por terminar mi licenciatura, para cumplir con mi Servicio Social, me ofrecieron integrarme a un proyecto para rescatar un acervo privado de revistas de historietas. Mis intereses eran otros, pero por razones que no viene al caso explicar, terminé uniéndome al proyecto. El resultado fue delicioso. Se trataba de ordenar una bodega llena de comics, revistas y más revistas, americanas, mexicanas, guatemaltecas, argentinas había de todo un poco: súper héroes de la Marvel (números de colección que valen un dineral), fotonovelas, historietas porno, de luchadores (las de El Santo eran una joya), otras para niños, y por supuesto, todas las que aquí he citado. Aquello fue reencontrarme con mi infancia mientras descubría cosas nuevas, como a El Santo azotando a una mujer adulta ¡wooow! Eso fue impresionante, pues para mí, las nalgadas sólo se daban a los niños, pero si El Santo azotaba así a una mujer, pues yo todavía podía tener esperanzas. En las historietas porno encontré al menos una escena de nalgadas, pero el contexto era muy desagradable pues se abusaba de la chica, y por ello ni siquiera busqué más. Pero durante cuatro meses, tres tardes a la semana, las pasé revisando aquellas maravillas y encontrando material suficiente para alimentar todas mis fantasías.
Material suficiente para hacer un pequeño homenaje spanko a la historieta que, estoy segura, fue la delicia de muchos de los que compartimos esta afición.
En futuros artículos abordaré otros medios, que en aquellos años de afición spanko clandestina, me acompañaron alimentando mis fantasías: cuentos, novelas, la televisión, el cine Y es que parece que nalgadas las hay en todas partes. Afortunadamente.
Mi agradecimiento para Gavi que me facilitó la imagen de Memín.
Para quienes fuimos spankos clandestinos durante años, el tema del que escribo no les parecerá nuevo, seguramente hasta se sentirán identificados y tendrán mucho que agregar. En mí, el interés y gusto por las nalgadas se inició desde que era una niña (ya en otro artículo narré cómo un profesor de inglés me disparó este gustillo), obviamente que en ese entonces yo no podía comentar con nadie mi pasión. Hubiera sido muy mal vista por mis compañeras de la escuela -algunas de las cuales sufrían castigos corporales en sus hogares-, si yo hubiera revelado mi interés en conocer a detalle cómo eran castigadas. Me conformaba entonces con escuchar ávidamente sus quejas y lloriqueos cuando llevaban una mala nota en la boleta de calificaciones, y me confiaban sus temores de ser castigadas. Por supuesto, procuraba consolarlas y darles valor, y al día siguiente, como toda buena amiga, preguntaba interesada cómo había estado el castigo. Cuando mucho me contestaban algo como: me pegó bien fuerte o ¡me dio de nalgadas! Y yo no preguntaba más, aunque una morbosa curiosidad me carcomía y sus escuetos comentarios me daban material para fantasear por varios días.
Pero esto no bastaba para calmar mi avidez de ver, o al menos, oír nalgadas, por el contrario, parecía alimentar mi necesidad de saber más. Así que buscaba nalgadas en todas partes, las intuía, creo que incluso desarrollé un olfato especial hacia los azotes. Qué delicia era entonces, encontrar alguna referencia, por mínima que fuera, en alguna historieta infantil. Me hice adicta a revistas como Periquita a quien la tía Dorita le daba sus nalgadas con cierta regularidad y hasta le aplicaba el cepillo de madera ¡mmmmh! ,
La Pequeña Lulú era menos pródiga en el tema, pero no faltaba que saliera de su casa llorando, con las manos en las nalgas y quejándose de un castigo injustamente recibido, lo cual ya era suficiente para que yo fantaseara. En Lorenzo y Pepita, Cuquita, la hija menor, cumplía muy seguido con horas de castigo en el rincón, lo cual le era tan aburrido que le pedía a su padre que mejor le diera una tunda y la dejara salir a jugar, ante la necia insistencia de la niña, Lorenzo acababa amenazándola con una tunda y a veces se la daba: la ponía sobre sus rodillas y la postura provocaba que la corta falda se levantara y se asomaran unas lindas braguitas blancas, adornadas con encaje ¡mmmmh! Recuerdo haber atesorado esos números de la revista y colocarlos bajo el colchón de mi cama.
A Quique Gavilán, su madre lo azotaba con mano y cepillo para el pelo (recuerdo que siempre me pareció un tanto absurdo que en una familia de aves se tuviera un cepillo para el pelo, no me parecía lógico que el cepillo fuera adquirido para otros menesteres). Hubo un número, del que me acuerdo especialmente, en el que la madre era aconsejada por la maestra para cambiar su sistema educativo, pues empezaban a estar de moda las ideas pedagógicas modernas. La historieta terminaba con Quique en las rodillas de su madre, recibiendo las caricias del cepillo y la madre asegurando con una gran sonrisa que seguiría siendo partidaria del sistema tradicional, pues resultaba más eficiente. ¡Todo un poema!
Los domingos, en las tiras cómicas del periódico, aparecían Maldades de dos pilluelos, los dos chicos eran tan traviesos y maliciosos que invariablemente terminaban, ambos y al mismo tiempo, sobre las rodillas de algún adulto, recibiendo una buena tunda, por la cual lloraban a raudales. También en esas tiras aparecía El príncipe Valiente, del cual sólo puedo recordar una escena de azotes ingratamente he olvidado el motivo-, pero en virtud de que el dibujo de esta tira era muy realista, la escena me pareció fascinante.
Hugo, Paco y Luis, sobrinos del Pato Donald, también se llevaban muy de cuando en cuando, una buena zurra. Fix y Fox, unos zorritos traviesos probaron, al menos en una ocasión, la mano de su tío, así como Tuco y Tico, unos cuervos que aparecían en las mismas revistas. Jamás supe de que Beti o Verónica, las novias de Archie, fueran azotadas, pero sí recuerdo a la brujita Sabrina, que ocasionalmente recibía una zurra de mano de alguna de sus tías. Y por supuesto, el genial Memín Pingüín, historieta mexicana, llena de candor y ternura, que narraba las travesuras de un niño negro a quien su madre le daba tremendas zurras, eso sí, con mucho amor maternal.
Ya más grande, mis gustos en tiras cómicas cambiaron, quizá fue porque el tema de los azotes dejó de estar presente en aquellas que habían hecho mi delicia en la infancia. Descubrí a Mafalda, que le decía a su padre, mientras se sobaba el trasero que, si se había casado con su madre por su sentido del humor, había sido un chasco. A su amigo Miguelito, que rehusaba sentarse a platicar sobre el encuentro de opiniones que había tenido con su madre, pues sus nalgas habían sido la mesa de conferencias. Y a Manolito, que aseguraba que las rondas (que no son buenas, que hacen daño y se acaba por llorar, según reza la canción), se parecían enormemente al cinturón de su papá. Papá que, a decir de Manolito, consideraba que un castigo en el rincón o penitencia, era laaaargo como un cheque, por lo que prefería dar bofetones al contado, o le mostraba la zapatilla como un convincente medio audiovisual para obligarlo a ir a la escuela.
Trino, un dibujante mexicano, publicaba y todavía publica, tiras cómicas en diferentes periódicos y revistas. Son de un humor tan simple que resultan muy hilarantes, los dibujos son igualmente sencillos, casi bocetos, pero su popularidad ha radicado, quizá, en el retrato de la sociedad mexicana. Son varios los títulos de sus tiras: Historias para lelas, Historias del rey chiquito, Policías y ladrones pero en casi todas ellas el tema de los azotes ha hecho su aparición, a veces sin mucha razón de ser y otras veces de manera absurda y reiterativa. Estoy casi segura que Trino es de los nuestros.
Cuando estaba por terminar mi licenciatura, para cumplir con mi Servicio Social, me ofrecieron integrarme a un proyecto para rescatar un acervo privado de revistas de historietas. Mis intereses eran otros, pero por razones que no viene al caso explicar, terminé uniéndome al proyecto. El resultado fue delicioso. Se trataba de ordenar una bodega llena de comics, revistas y más revistas, americanas, mexicanas, guatemaltecas, argentinas había de todo un poco: súper héroes de la Marvel (números de colección que valen un dineral), fotonovelas, historietas porno, de luchadores (las de El Santo eran una joya), otras para niños, y por supuesto, todas las que aquí he citado. Aquello fue reencontrarme con mi infancia mientras descubría cosas nuevas, como a El Santo azotando a una mujer adulta ¡wooow! Eso fue impresionante, pues para mí, las nalgadas sólo se daban a los niños, pero si El Santo azotaba así a una mujer, pues yo todavía podía tener esperanzas. En las historietas porno encontré al menos una escena de nalgadas, pero el contexto era muy desagradable pues se abusaba de la chica, y por ello ni siquiera busqué más. Pero durante cuatro meses, tres tardes a la semana, las pasé revisando aquellas maravillas y encontrando material suficiente para alimentar todas mis fantasías.
Material suficiente para hacer un pequeño homenaje spanko a la historieta que, estoy segura, fue la delicia de muchos de los que compartimos esta afición.
En futuros artículos abordaré otros medios, que en aquellos años de afición spanko clandestina, me acompañaron alimentando mis fantasías: cuentos, novelas, la televisión, el cine Y es que parece que nalgadas las hay en todas partes. Afortunadamente.
Mi agradecimiento para Gavi que me facilitó la imagen de Memín.
6 comentarios
alan -
Por favor Maytecita del niño Jesus, danos pauta para seguir esta interesante saga!
Chindasvinto -
Tane -
Os garantizo que no me lo invento.
Saludos
Anónimo -
Jano -
Todas esas tiras y comics que nombras y que aquí no conicemos, harían las delicias de algien que yo me sé.
Lástima que sea imposible adquirirlas en la actualidad y por la distancia, si no, lo haría.
Lo que más me gusta del artículo, además de la información y tus sensaciones, es lo bien estructurado que está.
Fer -