Otra visión del spanking
Autora: Catalina
Querido Sr. 10, comunidad Spanko,
Más de alguna vez mi Dr. me ha pedido que escriba un artículo refiriéndome a mi visión del spanking desde una supuesta militancia en el BDSM. Vamos por partes, ya he abandonado toda militancia, como él sabe muy bien, mi simpatía por el BDSM siempre fue bastante matizada. De partida porque es una iglesia de terror, con sus papas y cardenales de la culpa, con sus mandamientos y penitencias, con sus sacerdotes autoritarios y sus lamentables monjitas de claustro. Sin embargo, durante un tiempo me entregué al juego intensamente, me divertí es cierto, porque guardaba mis reservas en secreto y me aprovechaba de toda aquella intensidad. Pero luego esa misma intensidad hizo que los aspectos de mi personalidad que quedaban fuera del rol sumiso empezaran a reclamar su lugar en la relación con el que por ese entonces era mi "Amo". Un desastre, como podrán imaginar. Lo de sumisa resultaba caricaturesco, estereotipado e inverosímil. Lo peor de todo era mi tendencia al sarcasmo, definitivamente transformaba ciertas escenas en farsas grotescas. En suma, renunciamos a los roles, a identificarnos con ellos, sin por ello desecharlos. Los guardamos en el cajón de los disfraces, listos para ser usados cuando la situación lo ameritara.
Otra cosa que me hizo alejarme del ambiente, y renunciar a la identificación con cualquier rol, fue que éstos se utilizaban para reproducir esquemas machistas de dominación y sumisión que excedían con mucho el afán del goce mutuo. El poder anquilozado y naturalizado en roles era más o menos lo contrario de lo que yo había estado buscando. Buscaba yo más bien una parodia del poder, una puesta en escena que revelara sus mecanismos, una utilización cómplice para explorar las posibilidades de goce escondidas tras el tabú de la humillación, el dolor, la angustia, la frustración, etc.
En cuanto al spanking, me parece -debo decirlo a pesar de que pueda herir a más de una personalidad devota en el rincón- un fetichismo demasiado estrecho, como ocurre con casi todos los fetichismos. Es cierto que buscamos para gozar re-editar ciertas escenas cuyo origen ha de buscarse en la infancia primera. Pero no es menos cierto que a través de la elaboración, del análisis de uno mismo y sus mecanismos, es posible liberarse de ciertas compulsiones que por ejemplo llevan a ciertos hombres a desear únicamente a mujeres pequeñitas, tetonas, de voz aguda, idénticas a su mamá. O a mujeres a gustar sólo de hombres brutos, grandes, malolientes, que representan lo contrario de aquel padre que les hizo tanto daño. Luego vienen los fetiches más intrincados, cada vez más intrincados, hasta que pensamos que sólo podemos disfrutar de unas dos o tres maneras, reduciendo de este modo el abanico de posibilidades que ofrece el erotismo y la diversidad humana.
La escena de la niña mala, que ha cometido una falta y que merece el castigo del padre, es sin duda interesante para conjurar viejos fantasmas, para reírnos de nosotros mismos y de la forma en que entendemos el poder y el rol que le adjudicamos en el erotismo y todo lo que queráis. Pero si esta escena la repetimos incesantemente hasta el hartazgo es evidente que lo que ocurre es una reducción pasmosa del eros, la creación de una nueva posición del misionero revestida esta vez de una aura perversa, cuya real perversidad fue remplazada hace mucho por su propio estereotipo, domesticada por la pertenencia a ciertas comunidades, por la aceptación tácita o explícita de un montón de reglas, como si hubiera una república entera que normar en la práctica de darle al culo, por la identificación con un grupo de iguales, que lo único de iguales que tienen es haber caído en la misma trampa.
Hoy prefiero calificarme de masoquista. En el entendido de que no es una identidad, sino una posibilidad para el goce que no todos tienen. Me gusta ofrecer mi cuerpo para que otro ejerza ciertas violencias, me gusta sentirme humillada y ridícula. Gozo de ciertas frustraciones. Muchas veces la tensión, me parece mejor que su liberación espasmódica. Pero eso es todo. Las formas que puede adoptar mi masoquismo exceden por supuesto lo sexual. Intento volverlas hacia allá porque es aquel un terreno más o menos seguro en el que de alguna forma mis cómplices me contienen.
Un abrazo y un azote.
Catalina
Querido Sr. 10, comunidad Spanko,
Más de alguna vez mi Dr. me ha pedido que escriba un artículo refiriéndome a mi visión del spanking desde una supuesta militancia en el BDSM. Vamos por partes, ya he abandonado toda militancia, como él sabe muy bien, mi simpatía por el BDSM siempre fue bastante matizada. De partida porque es una iglesia de terror, con sus papas y cardenales de la culpa, con sus mandamientos y penitencias, con sus sacerdotes autoritarios y sus lamentables monjitas de claustro. Sin embargo, durante un tiempo me entregué al juego intensamente, me divertí es cierto, porque guardaba mis reservas en secreto y me aprovechaba de toda aquella intensidad. Pero luego esa misma intensidad hizo que los aspectos de mi personalidad que quedaban fuera del rol sumiso empezaran a reclamar su lugar en la relación con el que por ese entonces era mi "Amo". Un desastre, como podrán imaginar. Lo de sumisa resultaba caricaturesco, estereotipado e inverosímil. Lo peor de todo era mi tendencia al sarcasmo, definitivamente transformaba ciertas escenas en farsas grotescas. En suma, renunciamos a los roles, a identificarnos con ellos, sin por ello desecharlos. Los guardamos en el cajón de los disfraces, listos para ser usados cuando la situación lo ameritara.
Otra cosa que me hizo alejarme del ambiente, y renunciar a la identificación con cualquier rol, fue que éstos se utilizaban para reproducir esquemas machistas de dominación y sumisión que excedían con mucho el afán del goce mutuo. El poder anquilozado y naturalizado en roles era más o menos lo contrario de lo que yo había estado buscando. Buscaba yo más bien una parodia del poder, una puesta en escena que revelara sus mecanismos, una utilización cómplice para explorar las posibilidades de goce escondidas tras el tabú de la humillación, el dolor, la angustia, la frustración, etc.
En cuanto al spanking, me parece -debo decirlo a pesar de que pueda herir a más de una personalidad devota en el rincón- un fetichismo demasiado estrecho, como ocurre con casi todos los fetichismos. Es cierto que buscamos para gozar re-editar ciertas escenas cuyo origen ha de buscarse en la infancia primera. Pero no es menos cierto que a través de la elaboración, del análisis de uno mismo y sus mecanismos, es posible liberarse de ciertas compulsiones que por ejemplo llevan a ciertos hombres a desear únicamente a mujeres pequeñitas, tetonas, de voz aguda, idénticas a su mamá. O a mujeres a gustar sólo de hombres brutos, grandes, malolientes, que representan lo contrario de aquel padre que les hizo tanto daño. Luego vienen los fetiches más intrincados, cada vez más intrincados, hasta que pensamos que sólo podemos disfrutar de unas dos o tres maneras, reduciendo de este modo el abanico de posibilidades que ofrece el erotismo y la diversidad humana.
La escena de la niña mala, que ha cometido una falta y que merece el castigo del padre, es sin duda interesante para conjurar viejos fantasmas, para reírnos de nosotros mismos y de la forma en que entendemos el poder y el rol que le adjudicamos en el erotismo y todo lo que queráis. Pero si esta escena la repetimos incesantemente hasta el hartazgo es evidente que lo que ocurre es una reducción pasmosa del eros, la creación de una nueva posición del misionero revestida esta vez de una aura perversa, cuya real perversidad fue remplazada hace mucho por su propio estereotipo, domesticada por la pertenencia a ciertas comunidades, por la aceptación tácita o explícita de un montón de reglas, como si hubiera una república entera que normar en la práctica de darle al culo, por la identificación con un grupo de iguales, que lo único de iguales que tienen es haber caído en la misma trampa.
Hoy prefiero calificarme de masoquista. En el entendido de que no es una identidad, sino una posibilidad para el goce que no todos tienen. Me gusta ofrecer mi cuerpo para que otro ejerza ciertas violencias, me gusta sentirme humillada y ridícula. Gozo de ciertas frustraciones. Muchas veces la tensión, me parece mejor que su liberación espasmódica. Pero eso es todo. Las formas que puede adoptar mi masoquismo exceden por supuesto lo sexual. Intento volverlas hacia allá porque es aquel un terreno más o menos seguro en el que de alguna forma mis cómplices me contienen.
Un abrazo y un azote.
Catalina
8 comentarios
Tane -
En cuanto a la provocación, no veo tal; por mi parte el spanking no es una estrecha fantasía que me condicione si no una forma más de salpimentar mi vida sexual. A quien quiera encorsetarse en clichés y departamentos estancos, pues suerte, no es mi caso.
En una ocasión un Ama me pregunto que qué era yo, si sumisa, esclava o masoquista, me dió la risa y entre dientes contesté, "si tengo que contestar algo, diría que spankee..."
Creo que ya he dicho en más ocasiones que odio encasillarme o que me encasillen.
Saludos y bienvenidas las provocaciones siempre y cuando provengan de una mente preclara y una pluma elegante.
Fer -
gavi (ex niña dos) y glizia en otros foros -
Me parece que restringir el juego de las nalgadas al personaje niña mala que es castigada por el personaje papi es lo que es estrecho... Es como si yo restrinjo el placer de la Dominación a la humillación y el del Masoquismo al dolor.
Ya tú nos ampliaste la visión de tu ámbito de disfrute del masoquismo que no se queda únicamente en el dolor físico o del alma... pues lo mismo sucede con el juego erótico y muy divertido desde mi forma de jugarlo... de las nalgadas y los azotes.
No se disfruta sólo del dolor en las nalgas y en mi caso puedo decir que no es el dolor en las nalgas lo más excitante del juego... No todos los Spankers se meten en el papel de papá o tío o pariente ni todos los spankees en el papel de niños malos o medio malos... tampoco todas las nalgadas se dan como un castigo... El juego de las nalgadas que planteas es un juego muuuuy generalizado... e importante en algunos casos... pero cada spanko... como cada masoquista... como cada sumiso y como todas sus contrapartes... tiene sus modos y sus disfrutes personales. Podría parecer que... al encontrar tu contraparte... en este caso un Spanker... ya la hiciste!... y no es así... cada uno tendrá un mundo único de goces que compartirá o no... que encontrará su par o no... pero que será tan amplio y tan rico como pueda parecer que sean los de los Dominantes... los Sádicos... los sumisos... los masoquistas... o será tan pobre y tan estrecho como se quiera... en cualquier variante del fetichismo sexual.
un beso
gavi
La Artífice -
En cuanto al eslogan del "sano, seguro y consensuado", permite ilustrar aquello a lo que me refería con lo de una domesticación de la violencia, una desactivación de los impulsos de muerte y destrucción, una catarsis provocada por la escenificación paródica. Al menos eso creo. No me cabe duda, Jano, de que estas pácticas son extremadamente sanas, seguras y consensuadas.
Jano -
Cada pareja spank o cada spanko es un mundo en sí mismo, único e irrepetible aunque tenga ligaduras con otros que profesen ciertos gustos "similares", nunca calcados.
En mi caso, que es el que mejor conozco, no existe necesidad de humillar realmente a mi pareja a la que no considero masoquista y sí una ferviente disfrutadora de los azotes que yo le propino (aunque, por norma y adicción a las que rigen el juego spank entre nosotros, jamás
verbalice ni acepte que le gustan y le provocan estados de excitación.
Tempoco confluyen en nuestro caso la dominación, la expiación de un espectro del pasado ni algo obscuro que corroa nuestro cerebro. Es un spank sano, consensuado y vivido con alegría intensa sin sombra de culpa alguna.
Creo que es todo por ahora.
Un abrazo a todas/os.
Anónimo -
ya que nadie me critica, yo misma lo haré. la identidad es justamente lo que nos hace diferentes de otros, por lo tanto aquí, irreflexivamente, he dicho lo contrario de lo que hubiese debido:
El masoquismo sí es una identidad, porque permite distinguir a unos que gozan de manera especial con el dolor, la angustia, la humillación, etc, de otros que difícilmente pueden tolerar estas situaciones. Pero es una identidad para nada excluyente.
La Artífice -
Besos y azotitos.
Fer -